JUAN 14 1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.

Según leo, Señor, hiciste una afirmación que preocupó a tus discípulos (Jn. 13:38); la posibilidad de negarte. Yo, no puedo negarlo, tengo ese temor. Me duele incluso pensar que si Pedro te negó, yo también a la hora de la verdad pudiera hacerlo. ¡No lo permitas de ninguna manera!

Pero enseguida, sabiendo su lucha interior, como siempre, traes palabras de ánimo, consuelo. Tú nunca escondes la realidad de nuestra naturaleza, la debilidad o pecado del corazón. Señalas la herida, el daño, pero a la vez ofreces la medicina, la solución.

Creer, confiar es el remedio para mi corazón turbado, la calma para mis tormentas o la brisa para mi sequedad de ánimo.

Tengo que repetirme una y otra vez que mi vida o vitalidad cristiana no depende de mí activismo, de «mis costumbres religiosas» o de mis promesas, por muy sinceras que sean, sino de confiar en ti, de dejarme llevar, de descansar en tu obra y tus promesas.

Porque no es suficiente decir que creo en Dios, como si fuera el todo, cuando puede ser nada, quizá solo la aceptación de una realidad innegable de que Dios existe, pero con un corazón frio y lejano.

La seguridad para mi corazón, la liberación de mi temor es creer que tú, Dios, has provisto del remedio en tu amado Hijo en el cual yo debo confiar. ¡Gracias!

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