ajedrezDe vez en cuando, nos enteramos, a través de los medios informativos, de casos relacionados con personas que arriesgan la vida y acaban pagando las consecuencias de una forma trágica.

Cuando ocurren tales desgracias, quizás nos preguntemos si no hubiera sido mejor que la victima hubiera tenido más cuidado con su vida, puesto que, como dice el estribillo de una canción muy conocida de los 90, “sólo se vive una vez”. Por otra parte, si queremos analizar el asunto aún más profundamente, podemos plantearnos la pregunta siguiente: ¿Existe alguna diferencia entre el hecho de ser temerario y el de ser valiente?

No cabe duda de que en nuestra sociedad hay personas cuya profesión supone un gran riesgo para su vida. Para darnos cuenta de esto, basta mencionar, por ejemplo, a los bomberos, los mineros, los policías o los soldados, de cuyo trabajo dependen muchas personas. Pienso que hay que ser valientes para estar dispuestos a ganarse la vida así. Otra cosa es practicar una actividad profesional arriesgada con el fin de entretener al público, algo que hacen las personas que se dedican, por ejemplo, al automovilismo o a la tauromaquia: uno puede preguntarse hasta qué punto se puede considerar valiente el hecho de arriesgarse la vida a cambio de los aplausos de los aficionados. Y hablando de los toros, confieso que me llama la atención la temeridad con que algunas personas se comportan en las fiestas taurinas, intentando causar la impresión de ser valientes.

Pero, ¿y qué diremos acerca de otras muchas personas que, a lo largo de la historia, se ha arriesgado la vida por su fe en Dios? Es muy posible que algunos la tachen de temerarias, argumentando que si las autoridades gubernamentales aprueban leyes contrarias a las libertades religiosas, lo más imprudente que uno puede hacer es profesar públicamente su fe. Me viene a la mente los ejemplos de dos grandes hombres de Dios: El profeta Daniel, que fue echado al foso de los leones por orar al Señor, y Esteban, conocido como el primer mártir cristiano, que pagó con su vida la defensa de su fe en Cristo ante las autoridades de Jerusalén. ¿No eran conscientes de gran riesgo que les suponía la profesión de su fe? ¿No les había sido más práctico callarse, al menos durante algún tiempo, pensando que Dios quería que conservasen su vida en esta tierra? Pero si razonamos de esta manera, pasamos por alto el hecho de que fue el Espíritu de Dios quien llevó a Esteban, a Daniel, y otros muchos creyentes a arriesgar la vida por causa del Reino, bajo el convencimiento de que el morir en el Señor es ganancia. Comportarse así no es señal de temeridad sin o de valentía.

Me pregunto a veces si estaría dispuesto a poner mi vida por Cristo y por mis hermanos en la fe. ¿Sería lo suficientemente valiente como para renunciar a conservara mi propia vida a fin de que otras personas pudiesen encontrar la vida eterna en Cristo? Lo único que puedo decir, en respuesta a esta pregunta, es que si tuviera que hacerlo, el mérito no sería mío, sería de Aquel que fue delante de mi, es decir, el Señor Jesucristo. Por eso, concluyo con unas palabras que escribió el apóstol Juan: “En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.” (1 Juan 3:16)

0
0
0
s2sdefault
Back to Top
Las cookies facilitan la prestación de nuestros servicios. Al utilizar nuestros servicios, usted acepta que utilizamos cookies.
Política de privacidad De acuerdo Rechazar