refle0007Han pasado meses y semanas y ahora por fin veo la luz al final del túnel. En años atrás perdí el horizonte, y si vuelvo la mirada para ver lo que me han dejado escrito sobre la arena de mis pies vagabundos, hallaré locura y desvarío, mundo vano, hechos sin sentido llenos de vanidad y aflicción que condenados están a perderse en el tiempo.

Como Job, he comprendido lo que no entendía:

Conviene que yo declare las señales y milagros que Dios el Altísimo ha hecho conmigo” (Dn. 4:2).

Me equivoqué, lo reconozco…

Cometí errores y caí bajo, por ello he tenido que remendar y reconstruir mi vida… De silencios y caídas había llenado mi vida, más como ya lo dijo el sabio:

“Todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere bajo el cielo tiene su hora”

Hay tiempo de romper y tiempo de coser. Ha llegado el momento de despedir hechos fatales para dar la bienvenida a la verdadera restauración.

Bienvenido de nuevo al redil, me ha dicho amoroso mi Padre Celestial; bienvenido a casa, me dice, no me recrimina, me perdona y me abraza. Aléjate ya de este mundo efímero y ruidoso en que te mueves. Tierra seca y molida que no da fruto pero que en cambio te deja secuelas por tus pésimos andares… Sí, secuelas, ese largo reguero de sufrimientos, heridas, angustias, desamparos, resentimientos, sinsabores y trampas de las que nos hacemos presos viviendo sin cesar en la constante amenaza de una ruina inevitable.

La perspectiva de un sendero lleno de luces me aguarda, es así como lo indican las señales:

“La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Pr. 4:18).

Ahora mi tarea será buscarme incansablemente en el libro sagrado para en todos sus rincones hallar mis huellas… Cambiaré respetuosamente los versículos y los haré míos; los tomaré como un precioso regalo que alguien ha dejado caer para mí con una intención amorosa… Ese alguien no puede ser otro que el Soberano Creador de las estrellas que ahora rompen su silencio y me hablan con su luz.

Meditaré su Palabra divina. Intentaré remojarla, ablandarla, digerirla, hacerla mía; así de esa manera hallaré mis sendas.

Estas son algunas de sus palabras santas, mas he aquí estas cosas son sólo los bordes de sus caminos… Y cuán leve es el susurro que hemos oído de Él.

“He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga; por tanto, no menosprecies la corrección del Todopoderoso. Porque Él es quien hace la llaga, y Él la vendará; Él hiere, y sus manos curan” (Job 5:17-18).

"¿Acaso te castiga, o viene a juicio contigo, a causa de tu piedad?" (Job 22:4).

"De seguro conviene que se diga a Dios: He llevado ya castigo, no ofenderé ya más; Enséñame tú lo que yo no veo; Si hice mal, no lo haré más" (Job 34:31-32).

"Es sabio temer a tu nombre. Prestad atención al castigo, y a quien lo establece" (Mi. 6.9).

Esto es parte de mi Evangelio, el Evangelio de la disciplina que Dios emplea para mí. Está escrito en nuestro libro, en nuestro gran libro, en nuestra Biblia. Es también el mensaje para todos aquellos que le temen, para todos aquellos que le aman y que además, como yo, esperamos su gloriosa venida…MARANA-THA, el Señor viene. (1 Co. 16.22).

Nosotros a la verdad justamente padecemos porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos… Así decía uno de los crucificados juntamente con Jesús; y en mi caso, que soy menos que el más pequeño de todos los hombres no pretendo ser mejor que ninguno de ellos…

Yo mismo en este relato que humildemente he llamado “El testimonio de un cristiano restaurado”, no soy más que un reflejo del hombre carnal, plagado de errores y sinsabores que no proclamo para no pregonar mi necedad, que no saco a la luz para no dejar ver lo ruin de mis pasos extraviados.

Como cristiano en proceso de restauración, elevo cantos de gratitud a mi Señor, me someto a Él e imploro me lleve siempre en el camino de la perfección; como hombre, aún encuentro hechos fatales que no he podido resolver; entre ellos estos tres:

Que yo, como Pablo, soy carnal vendido al pecado.
Que no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero; eso hago.
Que en el corazón humano hay cuerdas sensibles que sería mejor no hacer vibrar y yo lucho intensamente con ello.
¡MISERABLE DE Mí! ¿QUIÉN ME LIBRARÁ DE ESTE CUERPO DE MUERTE?… ¡GRACIAS DIOS POR TÚ HIJO JESÚS, ÉL NOS DA LA VICTORIA!

Nuestro peregrinar continúa. A mí me esperan nuevos desafíos, nuevas batallas, nuevas victorias.

A veces de alguna manera escucho el llamado que en su momento escuchó Jonás para ir a Nínive. En ocasiones como él no hago caso, huyo por los mares y me escondo en el rincón más oscuro de la nave hasta que el viento terco me sigue y vuelve a gritarme otra vez:

¿Qué haces dormilón? ¡Levántate! ¡Eh tú, varón confiado que dormitas! ¡Tú… sonámbulo!, recoge tus zapatos y prosigue. Deja ya de guiarte por tu mapa particular de navegante y echa mano de la soberana bitácora celestial. Anda ya, pues el huracán ya te empuja, te remolca.

Mi Nínive particular son mis hijos… A ellos me debo, por ellos tengo que luchar, por ellos debo despertar cuando el letargo me invada. No nos pertenecemos. Tenemos un Soberano dueño que marca nuestro camino y que además ha depositado en nuestras manos preciosos talentos (nuestros hijos) y grandes responsabilidades, si tenemos en cuenta los inmerecidos dones que Él nos ha concedido y el incrédulo a quien nos debemos.

Tristemente en muchas ocasiones los cristianos somos blanco perfecto para los ataques del enemigo y logra de alguna manera hacernos sucumbir a sus acechanzas y entrar en un estado de ruina individual, tal que, se traduce luego en ruina familiar.

Fue mi caso y no pretendo ahora esconderlo. He permitido durante años ser zarandeado en las manos del enemigo que se ha aprovechado de mi letargo espiritual y del descuido de mi intimidad con el Maestro, para enredarme en los negocios de la vida, desagradando a aquel que me había tomado por soldado.

¡Eso ya es pasado!, y ahora puedo decir que Dios ha tenido un trato muy personal y especial conmigo, redarguyendo mi corazón hasta lo más profundo, mostrándome cuan bajo he descendido y guiándome a reconocer mi indignidad.

Espero que tú también comprendas cada día más que la vida sin un temor a Dios carece de verdadero significado. No descuides lo que has aprendido, y no te dejes deslumbrar por las cosas de este mundo, ni abrumar por las dificultades.

Cuando me paro a contemplar mi estado
y ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.
Cuando miro los años que he pasado,
la Divina Razón puesta en olvido,
conozco que la piedad del cielo
ha sido no haberme en tanto mal precipitado…
¡Oh pasos esparcidos vanamente!
¿Qué furia os incitó que habéis seguido
la senda vil de la ignorante gente?

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