Guarda mis mandamientos y vivirás, y mi ley como las niñas de tus ojos. Lígalos a tus dedos; escríbelos en la tabla de tu corazón.
Al meditar en estas líneas de tu palabra, Señor, tengo que tomar en consideración dos cosas: Que, como en otros lugares me hablas como un padre, o una madre habla a su hijo (1:8; 2:1; 3:1; 6:20), con ternura y cercanía. Y en segundo lugar que lo haces para advertirme de la mujer ajena y extraña (2:16; 5:20; 6:24). Y ambas cosas son para tener en cuenta: oírte más a ti y advertirme de este peligro real.
Pero yo quisiera hoy aplicar este mandato de una manera aún más amplia. Tan importantes son tus razones y mandamientos que debo tratarlos como a las niñas de mis ojos, ligarlos a mis dedos como anillos y escribirlos en mi corazón como escribo ahora en este papel.
¡Cuán importantes y delicados son, como ojos para mi alma! ¡Con ellos puedo ver como tú ves!
Tus mandatos son como una alianza que me recuerdan mi pacto contigo.
Tus mandatos no son una lista de compras que se adquieren y se olvidan. Tengo que tenerlos siempre presentes, deben de ser como los pálpitos de mi corazón, que no pueden parar ni un solo momento.
Señor, ayúdame a vivir bajo tu palabra siempre.