Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; todos los que me aborrecen aman la muerte.
En realidad, Padre, todo pecado es contra ti, sea en mis obras, palabras, pensamientos y deseos; y por tanto, según lo que me dices aquí, todos esos pecados son un fraude para mi alma, un engaño y un daño para ella, aunque yo no lo sepa.
Cuántas veces, en mi pecado, he tomado decisiones pensando que eran lo mejor, lo más cómodo y fácil, cuando en realidad esa decisión era un error y un perjuicio. Cuántas veces pensando saciar mi sed con el pecado que bebía, lo que hacía era dejarla más sedienta.
Me hace temblar en esta tarde, esta verdad que me muestras. El pecado, mi pecado, puede ser una muestra de que te amo poco e incluso que te aborrezco ¡Nunca Señor, no lo permitas! No puedo eliminar el pecado en mí, lo sé, pero no puedo imaginar que mi corazón pueda llegar a aborrecerte.
¡Ay Señor! Lejos de ti, de tu amor, ya no hay vida, solo camino de muerte.
En este deseo mío, tantas veces frustrado por el pecado, de amarte más, me alivia recordar que tú me amaste primero (1 Jn.4:19) y que tu amor no falla, es eterno.