No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca; corrige al sabio, y te amará. Da al sabio, y será más sabio; enseña al justo, y aumentará su saber.
¡Cuántas veces he experimentado esto que me dices hoy, Señor! He ido con mi buena intención, aunque reconozco que otras fui con arrogancia, a corregir al ofensor, al dañino, y recibí en respuesta ataques y desprecio. En cambio fui al temeroso de ti y sabio de tu palabra y fue buen receptor, aumentó su saber.
Hay mucha gente así, necios, maldicientes, ofensores, que no quieren reconocer su error o su pecado y no tienen, por tanto oídos para oír. Y hay otros que cuanto más saben, más esperan saber y más dispuestos a escuchar y a aprender.
Un momento ¿Me estás diciendo esto a mí? ¿Debo yo aplicarme estos principios?
Señor, no permitas en manera alguna que yo actúe como ese escarnecedor que rechaza la reprensión. Si es necesario envía a aquellos que, bajo la luz de tu palara, pueden ver mi pecado y mis errores y con amor quieren corregirme. Dame oídos para oírles y voluntad para aceptarlos, porque entonces será señal de que amo tu palabra, que quiero y puedo ser más sabio.
¡Cuán bueno es que a la vez que puedo recibir, también puedo dar!