JUAN 8 11Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete y no peques más.

Me conmueve esta historia siempre que la leo. A veces me identifico con la mujer y otras con los acusadores. Hay días que soy el hombre acusado delante de ti, Señor, que no puede esconder sus pecados, que solo puede esperar juicio condenatorio de ti y de todos, y eso que no conocen mi mente ni mi corazón, pero que recibe gracia, perdón, una nueva oportunidad.

Otros días soy ese hombre arrogante que puede señalar el pecado del otro y que pide más justicia que gracia, para salir al final avergonzado por la acusación de tu palabra y mi conciencia.

Hoy, como esta mujer y como David ante Gad (2 Sam.24:10-25), prefiero caer en tus manos porque tus misericordias son muchas, que caer en manos de hombres (2 Sam.24:14).

Sé que mi frialdad espiritual, mi falta de compromiso con tu causa, la dureza de corazón ante los tuyos, no pueden ser escondidos ante tus ojos. ¡Qué fácil es, al fin y al cabo, descubrirte lo que sé que no puede estar encubierto!

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